"El poeta, escritor y periodista René Arrieta nos ofrece hoy en La Plaza un texto sobre la larga vida de un cartagenero centenario: Álvaro "Pico" Azuero, gran amigo de García Márquez y otros personajes de Colombia y el mundo".
René Arrieta Pérez

Álvaro ‘Pico’* Azuero Martínez es un político de pensamiento de izquierda que vivió en medio de una burguesía cartagenera de extrema derecha, y, en su infancia, entre alemanes nazis, como él mismo lo narra. Hombre amante de los viajes, los libros, la cultura. Amigo desde sus años mozos de Gabriel García Márquez, con quien lo unía una gran amistad y el disfrute de innumerables encuentros. Se relacionó en París con grandes intelectuales, científicos y artistas, entre los que se cuentan Jean-Paul Sartre, Pablo Ruiz Picasso, Frédéric Joliot-Curie y Maurice Thorez, igualmente compartía y tertuliaba con ilustres colombianos como Jorge Gaitán Durán y Rogelio Salmona en la ciudad luz.

‘Pico’ Azuero se casó con la cartagenera Edith Gutiérrez de Piñeres y tuvieron cuatro hijos: Pilar, Claudia, Vicente y Álvaro. Todos ellos conforman su patrimonio de afectos, amores y sentimientos. No acompañan a la familia, Alvarito Azuero, desde 1983, ni Edith, que emprendió su viaje sin regreso en el 2017.

En el año 2015 en un extenso diálogo ‘Pico’ cuenta gran parte de lo que en este relato se recoge, y en el curso del mes de febrero de 2024 retomamos algunos temas que habían quedado pendientes por tratar.

«Pico» Azuero busca un libro especial en su biblioteca

Amigo lector, le presentamos algunos momentos memorables de la vida de este hombre (que el 4 de diciembre de 2024 cumplirá 100 años), que, a su vez, son retazos de historia de nuestra ciudad y de un tiempo que pertenece a la intimidad de quien lo vive, y que no registra la historia oficial.


Acerca de una amiga rusa que conoce en México, y de su primo Rodolfo Martínez

Era una mañana de sábado, calurosa, como lo son las mañanas en Cartagena, y ‘Pico’ Azuero quería narrar uno de sus encuentros con Svetlana, una rusa que conoció en el Cabo San José, en Baja California, y es así, como en la sala de su apartamento en el Laguito narra una breve historia que contiene esa otra breve historia.

Angelina Martínez –cuenta ‘Pico’–, por cierto, prima mía, hace pocos días, a propósito de la muerte de su hermano, Rodolfo Martínez Tono, también primo mío, en el bote en el que estábamos navegando la bahía, arrojaba con mi propia mano sus cenizas, que me salpicaban, le hice un comentario de que yo había vivido treinta años en México, y ella se sorprendió enormemente, y me dijo: “cómo así, treinta años”. Y yo le dije, lo que tú no sabes es que yo he vivido tres veces treinta años. Esto para decirte, que en la amistad de Rodolfo conmigo hay mucho que contar, porque nosotros estudiamos juntos en la Universidad Nacional. Rodolfo es el fundador del SENA. Ese es un episodio que nos puede mostrar que yo tengo una edad de 91 años, porque nací en 1924, a 2015 ya son prácticamente 91 años. Tu comprenderás que en 91 años hay una historia, larga, prolongada.

–Toda una historia de vida –dice el periodista–.

–Y muy particular y especial, porque siendo yo miembro de la más rancia burguesía extremoderechista de la élite cartagenera, soy el único, el único político de izquierda radical que se produjo en esta ciudad hasta nuestros días.

Se disculpa por estar disfónico en el momento. Continúa narrando la historia de la amistad con la rusa de la que muchas veces ha hablado.

Svetlana, a quien me encontré en la Ciudad de los Cabos, en México –precisa– ella me preguntó que qué sabía de Lenin.

Le dije que toda mi vida he sido un lector apasionado de Vladimir Illich Uliánov, Lenin, y entre las muchas obras que me he leído, estaban: ¿Qué hacer?, El Estado y la revolución; le anoté que había una obra filosófica básica, que se llama Materialismo y empiriocriticismo, donde también surgió mi base de formación filosófica. Entonces, ella se sorprendió extraordinariamente, y de allí se derivó una amistad que cultivamos muy afectuosa y hacíamos en gran parte del tiempo jornadas de pesca deportiva, en el Cabo San Lucas, en el mar de Baja California Sur.

Historia de infancia, juventud y primeros estudios

Nací en el Barrio Pie de la Popa, el 4 de diciembre de 1924, vecino de la plaza La Ermita, donde viví hasta mi adolescencia. Yo vengo de una familia burguesa, de las más ricas que hubo en Cartagena, que fue la de mi abuelo Vicente Martínez Recuero. Los Martínez eran latifundistas. Mi mamá (Tulita Martínez Martelo, ‘Tulipán’ 1ra) fue la primera mujer que se montó en un avión en Colombia (aeroplano de la CCNA, Compañía Colombiana de Navegación Aérea), y hay quienes afirman que fue en el mundo**. Por primera vez una mujer se elevó por los aires. En el barrio Bocagrande, en un avión. El piloto se llamaba René Bazin, cuando mi abuelo, Vicente Martínez Recuero, era gobernador de Bolívar, monseñor Brioschi fungía como la primera autoridad eclesial, y ejercía como alcalde de Cartagena Miguelito Araújo.

Tulita Martínez, madre de Pico, reina Tulipán 1ra 1920, fue la mujer que voló por primera vez en un avión en Cartagena, Colombia y posiblemente en el mundo

Mi mamá fue nombrada reina del carnaval, te estoy hablando de su época de soltería, en febrero de 1920, cuando ella tenía 20 años, y aquí, en las playas del Hotel Caribe, que eran unos arenales, se armó el primer avión de la Compañía Colombiana de Aviación, que dirigía Guillermo Echavarría. A mi mamá, como reina del carnaval la invitaron para que subiera al avión que aquí habían terminado de armar, con unas enormes ruedas como de bicicleta. Mi mamá fue advertida por mi abuela Tulia Martelo, de que cuidado se iba a montar en ese aparato, porque ella conocía que era una muchacha muy inquieta y lanzada y sabía que la invitarían a que volara, y le prohibió rotundamente que lo hiciera, y la advertencia la hizo también a mi abuelo Vicente, que no permitiera que se montara en ese avión. De nada valieron las advertencias.

Piloto del avión

La primaria la hice en el colegio La Esperanza, después hice tres años en la Academia Militar del Politécnico, en Bogotá, que dirigía un jesuita impresionantemente inteligente. Allí también estudiaron otros cartageneros. Después regresé a hacer el cuarto de bachillerato en el Colegio Departamental, que entonces lo dirigía un profesor muy preparado de apellido Vives. Mis profesores fueron Pedro Herrera González, médico, nos daba Fisiología; en matemáticas, un profesor apellido Cabrales al que le decíamos “Sicales”; el profesor de Física, Monsieur Hell; en Literatura Jorge Artel. Igualmente se estudiaba francés y latín. Yo fui flojo en física, pero a pesar de todo terminé mi bachillerato. En el colegio hice parte de un centro literario llamado Miguel Antonio Caro y el trabajo que me pusieron para entrar al centro fue sobre Dante Alighieri.

Infancia, juventud y deportes

Siempre fui deportista, desde mi infancia. En mi adolescencia patinábamos mucho, con aquel patín de cuatro ruedas, en la calle principal del Pie de la Popa, que era pavimentada. Recuerdo ese cemento brillante. Era una muy buena pista de patinaje, y allí con todos los amigos de la ‘patota’ patinábamos, también jugábamos béisbol. Yo era jugador de béisbol y llegué a ser buen jugador. Un hermano mío fue infielder del equipo de Cartagena, jugó con Jorge “Chita” Miranda, Carlos “Petaca” Rodríguez, con el “Pipa” Bustos, con Andrés Cavadías, con Julio Flórez, el “Cobby”, que era cátcher, con “Manía” Torres. “Manía” fue uno de mis grandes amigos, incluso, jugamos béisbol en Bogotá, quien ahora está gravemente enfermo, y estoy ansioso por irlo a visitar a la clínica.

Encuentros y reuniones con Gabo y amigos comunes en Bogotá y Cartagena

En la “Heladería Americana”, precisamente me reunía con Gabo. La memoria se pierde en los días en que nos conocimos… él llega a Bogotá en 1947, yo había llegado en 1946, y hacía primer año de Derecho. Carmelo Martínez, amigo de Sucre, con quien compartía la misma mesa de residencia en la ciudad universitaria, de la Universidad Nacional, me dijo que había llegado Gabito, que se iba a matricular y me pidió que lo acompañara. Nos encontramos con Gabito y lo he llevado de la mano a la Secretaría de la Facultad de Derecho, donde el secretario general Pedro Gómez Valderrama, escritor y poeta…

Ahí estaba el Dr. Jiménez, que era Decano de la Facultad, y nos hemos sentado Carmelo, Gabito y yo a esperar en el sillón de la Secretaría; sentimos unos golpes en un muro que estaban reparando en la parte exterior de la Facultad, golpes secos, muy graves, repetidos, con una mandarria, con la que derribaban las puertas de los castillos feudales, y Gabo dijo: “Se oye como la cabeza de un niño estrellada contra un muro”. Esa frase que pronunció no se me borró nunca.

«Jorge Eliecer Gaitán era profesor de Sociología Criminal, y nosotros íbamos los viernes al Teatro Municipal de Bogotá a escuchar las conferencias»

Vine a Cartagena después de El Bogotazo. Jorge Eliecer Gaitán era profesor de Sociología Criminal, y nosotros íbamos los viernes al Teatro Municipal de Bogotá a escuchar las conferencias de Gaitán, y del Teatro Municipal salíamos al café Central de la calle 12. Allí se inauguraron los famosos viernes culturales. Éramos apasionados seguidores de Gaitán, del movimiento gaitanista, y líderes de la Universidad. Estaba también Rafael Pardo Quintana, de Cartagena. En esa convulsión del 9 de abril yo estuve en un bus cargado de estudiantes para tomarnos la Radio Difusora Nacional, y hubo arengas. De allí nos dispersamos, y Gabito y yo nos vinimos para Cartagena, Bogotá estaba invivible. El 14 de abril me vengo para Cartagena, ese mismo día muere mi abuelo Vicente, y me da la mano, en el último momento en el que está muriendo, en Casa Moraima, en el Pie de la Popa.

Ya en Cartagena, nos encontrábamos en la Heladería Americana con Gabito, y tomábamos cervezas, o una Kola Román, y conversábamos mucho. Ya Gabo se perfilaba como un escritor. Me llamaba mucho la atención sus conversaciones, su trato con Héctor Rojas Herazo, con Gustavo Ibarra Merlano. Todos íbamos a la Heladería Americana, que era de un señor llamado Carlos Benedetti, que era esposo de una prima hermana de mi mamá, que se llamaba Diana Martelo.

Gustavo Ibarra era un hombre muy aventajado, él pertenecía a un grupo que se llamaba Testimonio, en Bogotá. Me llevó a las reuniones de Testimonio. Y en Cartagena nos veíamos, Gustavo era mayor que, pero yo llegaba mucho a la casa de Gustavo. Su hermano “el Pilo” Ibarra era muy amigo mío. Eran varios hermanos: Alfonso Ibarra, el mayor, después venía Alfredo Ibarra, que fue Químico, después “el Pilo” y luego Jaime, que se fue para el exterior después. Gustavo era un adicto de los clásicos españoles y griegos, y nos inició en esa literatura, y nos ‘vendía’ a los grandes autores del Siglo de Oro, toda esa pléyade de autores. Y claro, fueron cosas que influyeron muchísimo en nuestra formación.

Mi amistad con Jorge Artel (Agapito de Arco) fue una amistad de profesor alumno. Artel era muy bohemio. Por esos años vino a Cartagena el poeta Nicolás Guillén, y Artel y otros amigos se reunían con él. Guillén no tomaba licor y en todas las reuniones se tomaba, Guillén se quejaba de eso.

Mi amistad con Jorge Artel (Agapito de Arco) fue una amistad de profesor alumno

Héctor Rojas Herazo también fue como un miembro de familia, lo conocí cuando yo tenía 15 años, y él iba a visitar, muy elegantemente vestido, en la esquina del Toro Negro, a Rosa Isabel Barbosa, La niña Rochi. Él comenzó a ser novio de ella. Rosa Isabel era de los afectos de mi mamá. Margarita Herazo, la mamá de Rosa Isabel nos iba a visitar a la casa. Rosa Isabel era amiga, contemporánea y casi vecina, porque ella vivía en la Calle Arriba, y nosotros en la plaza de la Ermita,

Rojas era una catedral del pensamiento. Él nació en el año 1921 y yo nací en el año 1924. Él me quería muchísimo, era un padre espiritual para nosotros. Rojas Herazo me regaló un cuadro, un autorretrato, uno de los pocos autorretratos que pintó. Se me perdió por mi vida gitana, de muchos viajes y desplazamientos.

El cura Vicente, la apasionada historia con Clara Berta y la avanzada Nazi en Cartagena

‘Pico’ habla de la resistencia de mucha gente a sus ideas, a su pensamiento. Dice en voz baja –después te digo–. Entonces, el periodista indaga acerca de otro tema.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, empezaron a llegar a aquí a Cartagena, por el año de 1939, muchos personajes alemanes, entre ellos un médico connotado, Hans Neumüller, que fundó el hospital de Manga, en compañía de los Vélez, porque él hizo mucha liga con los magnates de la oligarquía cartagenera, que todos eran de tendencia Nazi. Vino la familia Gerdts; por ejemplo, Frank Gerdts, el viejo, fue alcalde de Cartagena, hijo de Otto Gerdts, fue uno de los últimos nazis que tuvo la ciudad. Matriculado totalmente –ríe–. Casado con una prima de mi mamá llamada Felisa Martínez, de ahí vienen los Gerdts Martínez, que son primos míos (Billy Gerdts, Cecilia Gerdts, que se casó con Rafael Otero, de ahí vienen los Otero Gerdts, y Berta Gerdts, que se casó con el capitán Otoya, de donde vienen los Otoya Gerdts, ellos son muchachos muy destacados, uno de ellos gerente de Surtigas por mucho tiempo).

Empiezan a llegar los alemanes. En misión llega un grupo de sacerdotes, con sus sotanas, esa misión se llamó salvatoriana, se radicó en el Pie de la Popa, y manejaron la parroquia, y tuvo una extensión en la iglesia de Manga.

Con la misión llegó un curita muy aventajado, inteligente, sonriente y apuesto, llamado el padre Vicente, un personaje muy famoso.

El padre Vicente se hizo amigo de la ‘patota’ adolescente, juvenil, a la cual pertenecía y nos enseñaba a jugar croquet en el patio de los Heimann, otros alemanes que llegaron, el viejo, creo que se llamaba –Federico Heimann–, y era cónsul de Alemania en Cartagena. El viejo cónsul tenía tres hijas, bellas, muy liberadas, y como hacía tanto calor en Cartagena, vestían con ropas muy livianas que las hacía ver aún más bellas. Clara Berta, Julia y Otilia, de las tres, la mayor era la más bella, de una belleza absolutamente esplendorosa. Nosotros jugábamos en su casa ajedrez, y cuando nos daba sed íbamos a la nevera a tomar agua. En un momento en que voy a tomar agua y miro a un lado veo que Clara Berta estaba desnuda viéndome a mí. Fue la primera mujer desnuda que yo vi en mi vida, yo tenía unos 15 años, y eso me produjo un shock, una impresión tan grande que al mismo tiempo me llevó a enamorarme de ella. Me enamoré de Clara Berta, pero sucede que el padre Vicente también estaba enamorado de Clara Berta, oíste, entonces resulta que, con el tiempo, casaron a Clara Berta con Ramoncito del Castillo, que era de una de las familias ricas, era un partido apetecido para Clara Berta, y ella era de una belleza extraordinaria. Ramoncito era muy loco. Él se la lleva a vivir a su casa, en el Callejón de los Pocitos, detrás de la iglesia. Una vez que se casan la pone presa. Clara Berta no vuelve a tener permiso de salir. Era una alta presión que tenía ella. El único permiso que le daba era el de ir a la misa de cinco de la mañana. Yo vivía pendiente de Clara Berta cuando doblaban las campanas, que doblaba ‘Patillas’, un compañerito nuestro, que era el monaguillo, yo saltaba como un resorte, salía, me sentaba al borde de la iglesia, en una pestaña del muro, a esperar para verla pasar. Ella pasaba cerca de mí, todavía casi oscuro, y me decía: “Picooo, buenos días” (cantadito), y yo le contestaba: “buenos días”. Ella entraba a la iglesia y yo me quedaba pendiente de verla salir.

Yo entraba y me quedaba en la parte de atrás de la misa y el padre Vicente hacía unos sermones impresionantes, unas descripciones del infierno, y con el dedo indicaba movimientos y figuras, y decía, y enfatizaba palabras: “El Infierno es un establecimiento penal, en forma de pirámide invertida, rodeada de nueve círculos, que corresponden a cada uno de los espacios donde deben ir los pecadores, para conocer el amor primero hay que conocer el pecado”, y Clara Berta cerca al pulpito se estremecía.

–Era un sermón dirigido –comenta el periodista–.

–Sí, era un sermón dirigido –anota–, y Clara Berta se prendaba del padre Vicente. El padre se sonreía. Lo miraban y él sonreía siempre. Y todos le decían “sonrisita”. Era inteligente, aprendió a hablar español en seis meses.

Se conocía el viaje de Dante con Virgilio y de allí era de donde extraía sus sermones.

Yo me salía de la misa a esperar a que Clara Berta saliera, y sucede que Clara Berta no salía nunca. Me iba a casa, iba al colegio, y en la tarde, después de esa intriga, me veía con el amigo monaguillo, ‘Patillas’, en el patio de mi casa, y jugábamos canicas. Yo le confesé mi curiosidad a ‘Patillas’. Y él me dijo: “lo que pasa es que el padre Vicente se está comiendo a Clara Berta en la sacristía”. Y le pregunté: “Y tú cómo sabes”. Me dice: “es que cuando termina la misa se pone a arreglar su vestuario yo me meto en el cuarto de la sacristía, en el mueble que usa para colgar las sotanas, y allí, entre el entramado de madera y las sotanas yo veo cuando entran Clara Berta y el padre Vicente, entonces él la desnuda, la pasea por todo el cuarto, le hace una cantidad de… bueno, de sortilegios propios del amor… hay un momento en el que la planta de los pies de Clara Berta dan contra el entramado de madera del mueble, y eso me asusta y trato de mantenerme muy callado”.

Le dije: bueno ‘Patillas’, ahora el que va a entrar en ese mueble de la sacristía soy yo.

‘Patillas’ me dice: “No, eso no puede ser, porque si eso se llega a saber a nosotros nos matan”.
Yo le dije: a mí puede que me maten, pero yo entro porque entro.

Y ‘Patillas’ me dijo: “no vas a entrar nunca”.

Yo le dije: si tú no me dejas entrar yo te denuncio a ti.

Lo chantajeé. ‘Patillas’ entró en pánico. Y me dijo: “bueno, mañana yo te dejo entrar, pero…”.
Ese día yo me senté a esperar a Clara Berta, pero nunca llegó.

Después, Sara Fortich, que vivía al pie del paso del ferrocarril Cartagena-Calamar, contó que vio cuando el padre Vicente se llevó a Clara Berta en el ferrocarril hacia Calamar, y después se supo que de ahí viajaron a Barranquilla y luego a Suiza. Cuentan que allá colgó los hábitos y se casó con ella. Clara Berta después de muchos años llegó a Barranquilla. Había un doctor Sierra, amigo del padre, quien me contó que se había encontrado con él en Nueva York y habían conversado sobre esa historia.

Sara Fortich, que vivía al pie del paso del ferrocarril Cartagena-Calamar, contó que vio cuando el padre Vicente se llevó a Clara Berta en el ferrocarril hacia Calamar

Después de la guerra, se supo que esa avanzada era colaboradora de militantes de las Schutzstaffel, un ejército paramilitar conocido como las SS del partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, y que había venido por orden de Adolfo Hitler, debido a la relación que tenía con Eugenio Pacelli, el papa Pio XII, un papa de unos instintos aterradores. Y hay quienes dicen que cuando el papa falleció la pestilencia en el Vaticano fue tan grande que no le pudieron hacer el funeral e hicieron unos procedimientos que dilataron el entierro para poderle hacer los honores.

Los de esa avanzada salvatoriana eran comisionados oficiales de Adolfo Hitler que llegaron a Cartagena –concluye–.

Historia del cuadro de Obregón, la apuesta con Silvana

Silvana Obregón, la hija del pintor, es muy amiga de Claudia, mi hija. Un día me comentó que su hijo Martín, quien estudiaba en el colegio George Washington, estaba en un estado de rebeldía, no quería estudiar, irrespetaba a los profesores, y otras vainas, vivía en un estado de indisciplina enorme, y los profesores decían que iba a perder el año.

Yo le dije: tú me traes a Martín a casa, voy a hablar con él y haré el esfuerzo para enderezarlo, pero con qué me vas a pagar, si logro que Martín cambie, ¿con un cuadro de Obregón?, le pregunto, y me dice, lo que tú digas…

Al inicio del ejercicio, Martín me dijo: “Pico me pusieron un trabajo, una monografía que debo realizar de un personaje importante, el que yo escoja, pero no sé”, y le dije, bueno vamos a trabajar a Picasso. Aproveché el momento y le señalé: “tú no te puedes portar así con los profesores como lo vienes haciendo, ellos son quienes te están ayudando para que seas un buen hombre”, y comenzó a cambiar. Cuando llegó fin de año obtuvo buenas calificaciones y aprobó. Entonces, le dije a Silvana: “ahora te toca pagar la apuesta”. No te puedo dar un cuadro grande de Obregón, si acaso te puedo dar uno pequeño, un cóndor –me dijo–.

«Entonces, le dije a Silvana: ahora te toca pagar la apuesta. -No te puedo dar un cuadro grande de Obregón, si acaso te puedo dar uno pequeño, un cóndor –me dijo–».

Pilar, mi hija mayor, se llevó el cuadro para Baja California.

Encuentros y reencuentros con Gabo

Gabo, Pico Azuero y su esposa Edith Gutiérrez de Piñerez

Después de tanto tiempo sin vernos, Gabo me visitó por muchos días en Baja California Sur, en Cabo San José, y años después, al regreso de México, aquí en Cartagena, Miguel Torres Badín, Gabo y yo nos pegamos una borracherita. Resulta que Torres Badín, tiene un apartamento frente al mío, que está en el edificio Torre Marina, él también es amigo de Gabo y lo invitó a unos tragos, y allí en su apartamento nos los pegamos.

Gabo, Jaime García, Pico, su esposa Edith Gutiérrez de Piñeres, animados con música de mariachis

Momentos críticos: la caminata con el general Matallana, la muerte de Alvarito

Imagínate todas las cosas que he vivido durante estos casi 100 años. He estado a punto de morir varias veces. Por ejemplo, el expresidente Alfonso López Michelsen, quien fue mi profesor de Derecho Constitucional y nos hicimos amigos, y aquí en Cartagena, entre otras cosas, íbamos con sus hijos a la playa, me nombra jefe de Personal de la Aeronáutica Civil, en Bogotá.

El director de la Aerocivil se llamaba Alfonso Caicedo Herrera, papá de Jaime Caicedo, director del Partido Comunista Colombiano. Organizamos el sindicato de trabajadores de la Aerocivil. Un día los controladores aéreos nos informaron que iban a hacer una huelga, porque no le reconocían las horas extras que trabajaban, y dije: “yo apoyo esa huelga”. Alfonso López entró en cólera porque él me había nombrado. Le pide al general José Joaquín Matallana que pusiera orden. Matallana nos reúne y nos dice que íbamos a ser fusilados. Y caminábamos en fila india una noche hacia la cabecera de la pista del aeropuerto, en la caminata, en sus comunicaciones se escuchaba que decía: “le muestro muertos” …Nos salvó una orden de López para que parara ese propósito, que no hiciera esa vaina. Ese fue un momento crítico. Luego tuvimos con López una nueva relación, años después que vino a Cartagena y se reunía con Alberto Araujo Merlano, él me reclamó que por qué no lo había ido a visitar, venía mucho al Capilla del Mar.

En 1983, ocurrió un hecho crítico y doloroso. Alvarito fue a llevar a un amigo francés al DAS para que le ampliaran la estancia en Colombia, y en un retén en Bocagrande los detuvieron, y él manda al muchacho a que busque los papeles de la moto, en ese lapso llegan otros policías y deciden llevárselo a la estación de Policía que quedaba en el claustro Santa Teresa. Cuando iban para allá se le vuela a los policías, ellos salen a perseguirlo y uno le dispara en la espalda.

Estudios de especialización, tertulias con Sartre y Picasso, y amores en París

Álvaro ‘Pico’ Asuero fue a estudiar a París una especialidad en Derecho Procesal Civil en los años 50. Él y otros colombianos como Rogelio Salmona y Jorge Gaitán Durán e intelectuales y científicos franceses como Frédéric Joliot-Curie y Maurice Thorez se reunían en Saint-Germain-des-Prés en el Café de Flore con el filósofo y escritor Jean-Paul Sartre, quien pertenecía al Partido Comunista francés, y que, entre otras cosas, vendía los domingos el periódico del partido comunista, L’ humanité.

“Hablábamos con Sartre sobre todo de política”, dice ‘Pico’, y refiere una de las anécdotas que le contaba el autor de La náusea y El ser y la nada. “Una vez llegó a París un director de cine norteamericano que trabajaba en una película sobre Sigmund Freud y le pidió a Sartre que lo visitara, y Sartre fue al hotel y se entrevistó con él, el cineasta le manifestó que estaba urgido del guion de la película y le preguntó si podía escribirlo, y unas semanas después Sartre se presentó con un mamotreto. Claro, el tipo se convenció de que Sartre no tenía idea de lo que era un guion”. Agrega ‘Pico’: “Contaba Sartre que en la conversación con el director de cine se le presentó un dolor de muelas, y con urgencia llamaron a un odontólogo, que tuvo que extraerle la muela que le dolía”.

De esos cinco años que estuvo en París, rememora Azuero una de las experiencias vitales que lo marcaron.

Vi en la Rue Saint-Honoré una tablilla que decía Guerlain, y como mi mamá usaba ese perfume, me dije: “tengo que entrar ahí”. Me atiende una muchacha bella, y me dice: “a sus órdenes”. Le cuento la afición de mi mamá por el perfume, y sacó un frasco y me roció con L’e Heure bleue de Guerlain (La hora azul).
Me preguntó que de dónde era. Le dije que yo era de la América del Sur. Conversamos y conversamos. Le pregunto después de un rato si aceptaba una invitación a comer, y dijo que sí. El gesto más elegante es invitar a comer a una mujer –anota Pico–.

Después me dije: “bueno y con qué recursos la voy a invitar, si los que tengo son para mi sostenimiento de estudiante, no la puedo invitar a La Tour d’ Argent…”, y eso me daba vueltas en la cabeza, y, finalmente, pensé, “qué carajo, la voy a invitar a Montparnasse, donde nosotros almorzamos”. Allí nos atendía muy familiarmente Ibeth. La chica de la perfumería se encantó cuando la llevé al restaurante de Ibeth. Luego me dijo: “ahora lo voy a invitar a usted a un evento. Yo soy la secretaria de la Juventud Comunista de Francia”, y fuimos al Velódromo de Invierno, en donde el partido hacía mítines de miles de personas. Me presentó a Picasso, que era miembro del partido, y empecé a hablar en español con Picasso. Con Claudine Bruneau trabé una relación de amores fuertes. El partido la envió a Moscú a hacer unos cursos, luego a Italia, y allí perdí el contacto con ella, y se acabó la relación. Le puse a una de mis hijas el nombre Claudia, en memoria de Claudine. Picasso me regaló un pequeño cuadro, una paloma de la paz, lo conservé por mucho tiempo, y finalmente se lo regalé a Claudine. Imagínate si hoy yo tuviera ese cuadro…

«La chica de la perfumería me presentó a Picasso, que era miembro del partido de la Juventud Comunista de Francia, y empecé a hablar en español con él»

Álvaro ‘Pico’ Azuero ya no está en su apartamento en el edificio Torre Marina, en El Laguito, lo tiene arrendado, y como sus hijos viven en distintas partes y su esposa ya no está, él habita un modesto apartamento en Bocagrande, que comparte con otro solitario y viejo amigo.

En la playa sopla la brisa, y desde la ventana del apartamento en el piso 3 se ve el sol como una naranja gigante, entre algodones de nubes grises, que lentamente se traga el mar.

Álvaro ‘Pico’ Azuero habita un modesto apartamento en Bocagrande, que comparte con otro solitario y viejo amigo

*‘Pico’, como nombre adicional de Álvaro Azuero Martínez, nace porque su padre, Eduardo Azuero Pinzón, leía y admiraba mucho al filósofo italiano del Renacimiento Pico della Mirandola, y en su honor inició a llamar Pico a su hijo Álvaro.

**Los datos históricos no registran pasajeras o mujeres tripulantes en el año 1920. A partir de 1930 Amy Johnson como piloto viaja sola entre Inglaterra y Australia. En 1932, la piloto norteamericana Amelia Earhart realiza un vuelo trasatlántico entre Canadá y Reino Unido, y los registros indican que aprende a volar en 1922.